Saturday, January 15, 2005

El último hurra

EL ÚLTIMO HURRA(The last hurrah, 1958. John Ford)

Por Manuel Ortega


Un hombre victorioso en la derrota


Esta es la historia de un fracaso. De uno los pocos fracasos de un hombre de enorme éxito. De un fracaso anunciado por un público enemigo de los cambios y de una crítica con ansias de estos. El fracaso de un hombre que no se lo merece y en esta ocasión menos que nunca. El fracaso de John Ford y el fracaso de Frank Skeffintong, ese personaje que es John Ford y que es derrotado sin que nadie sepa explicar la razón. Una manera clásica de hacer política, una forma clásica de hacer cine. Frank Skeffintong como John Ford, John Ford como Frank Skeffintong. La ética y la épica condensada en una de sus grandes obras maestras, una obra maestra que ocupa un discreto segundo plano en la filmografía de ese director irlandés nacido en los Estados Unidos.
El último hurra hace la película número 116 de John Ford y se sitúa entre la británica Un crimen por hora (Gidgeon´s day, 1958) y el magnífico western de caballería Misión de audaces (The horse soldiers, 1959). En sus seis años restantes como director de cine dirigió nada más y nada menos que ocho películas, cuatro de ellas entre lo mejor de su producción global y una de éstas en la cumbre de la historia del cine. Me refiero a El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, 1962) película que elegiría si alguna vez tuviera que elegir solamente una. Por lo tanto Ford todavía estaba muy alejado de dar el ultimo hurra que preconizaba tan emblemática película. Es más, él no se rindió ante el fracaso inmerecido que tanto público como crítica le dispensaron. Todavía hoy hay críticos que le niegan la pan y la sal a una de las obras resumen y compendio de todos sus westerns, bélicos y películas de aventuras protagonizada paradójicamente por un viejo político demócrata que apenas sale de su casa (y de su despacho en el ayuntamiento) y que siempre va acompañado de su cohorte de viejos colaboradores achacosos y poco ágiles.
Aunque pensó en James Cagney y en John Wayne (?) para el papel, John Ford se sobrepuso a los celos por Katherine Hepburn y eligio a Spencer Tracy que imprimió al papel la cara amable que el personaje necesitaba. Su actuación, es sencillamente impecable, su sonrisa, su mirada, cada uno de los gestos, cuando pasa la mano por el hombro de alguno de sus colaboradores, cuando se enfada, cuando se alegra… En todo momento sabe componer un personaje que engaña cuando es necesario y sabe ser el centro de cada reunión, de cada mitín, de cada velorio. Ford dio rienda suelta al buen hacer del viejo actor y este le correspondió con una actuación sublime.
Pero no fue Tracy la única vieja gloria que participó en esta producción. En realidad El último hurra parece un cementerio de elefantes con más ganas de fiesta que de morirse. Grandes actores secundarios del cine clásico norteamericano desfilan por la pantalla y saben hacerse un hueco en cada plano. Dentro del equipo electoral de Skeffintong podemos hallar gente como Pat O´Brien, James Gleason, Edward S. Brophy, Ricardo Cortez o el gran Carlenton Young y dentro de los enemigos de nuestro político nos encontramos con un plantel más imprsionante si cabe con nombres como John Carradine, Donald Crisp, Willis B. Bouchey, Wallace Ford y el inconmensurable Basil Rathbone, entre otros.
Es decir el rodaje de la película parecía una reunión de antiguos amigos… y como alguno comentó maliciosamente una encuentro de alcohólicos nada anónimos. Tal era el índice de alcohol en vena de esta pandilla que el día que a alguien se le ocurrió traer cajas de whisky para una celebración, John Ford montó en cólera e hizo que las devolvieran todas sin abrir. Así se las gastaba.
John Ford siempre tuvo fama de conservador cuando realmente siempre se había considerado un democrata de los pies a la cabeza, lo q ue demuestra que siempre le preocupó la politica y sus alrededores. Las uvas de la ira (The grapes of wrath, 1940) es una muestra clara de cine políticamente comprometido y El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939) era toda una declaración de intenciones y de principios.
Con El último hurra pasaba de la hagiografía sentida del drama histórico a la invención de un personaje contemporaneo que bien podría haber sido Lincoln si no hubiera sido asesinado por John Wilkes Booth y que hacía bascular la trama entre la comedia y el drama para finalmente concluir la película como una agridulce tragicomedia tajante y taxativa. Y si Henry Fonda era la perfecta encarnación del impetu y la honestidad del joven abogado antiesclavista, Spencer Tracy representa fenomenalmente al viejo zorro que sabe tratar a cada uno de la manera que se merece: duro ante los poderosos, humano con los débiles.
Frank Skeffintong es un viejo alcalde que se presenta para la reelección en una ciudad de Nueva Inglaterra. Parecen que todos confían en que eso será así, sobre todo cuando la oposición presenta a un tipo ejemplar (Charles Fitzsimmons) pero sin la personalidad ni la inteligencia suficiente como para ejercer el cargo sin ser una simple marioneta de los ricos de la población. Este personaje junto al hijo de Skeffintong (Arthur Walsh) y al del banquero Norman Cass (O.Z. Whitehead) son personajes cómicos que deja bien a las claras la incapacidad y la falta de sagacidad de una nueva generación que salía de la Universidad casi peor de lo que había entrado. Viendo las películas norteamericana universitarias actuales y los personajes que la pueblan podemos colegir que algo falla en la "educación" en los EEUU .
El contrapunto a estos jovenes ingenuos e idiotas será puesto por Adam Cauldfield (Jefffrey Hunter) el sobrino de Skeffintong, el único joven digno de respeto para Ford entre todos los que aparecen en la película. Eso sí, es un joven criado a la antigua usanza, hecho a sí mismo, periodista deportivo, independiente e inconformista. La comunión entre tío y sobrino se materializa en la emocionante escena donde Skeffintong desvela el origen humildísimo de su familia y explica el porqué del odio ancestral que el director del periódico, su jefe, el despótico Amos Forge (John Carradine) le profesa. Es una escena poderosa y que llega a tocar(me) la fibra apoyándose sobre todo en las palabras. Para algunos esto será un defecto de Ford ya que sería una mutilación consciente de un arte eminentemente audiovisual, pero inmerso en un cine repleto de palabrería huera y espectaculares imágenes inanes, inermes e inertes apuesto más por Woody Allen que por Edward Burns o Michael Bay, por poner dos ejemplos significativos y definitorios de cada tendencia. Palabra.
Cómo agradecer a un hombre un millón de sentimientos
Y si por algo esta película está dentro tanto de mi Olimpo de películas predilectas como del grupo de películas que nunca me cansaría de ver, solo o en compañía de otros, no es sólo por su categoría de testimonio fordiano sobre temas universales y provincianos al mismo tiempo, ni por su carácter social y progresista, ni por su impecable utilización del fuera de campo, interpretaciones, tempo, humor, diálogos, puesta en escena,etc…, sino por esa capacidad extraña y mágica de ponerme los vellos de punta, por esa escena que me toca, por esa frase que me marca.
Y si hay una escena entre todas la escenas es la que muestra a ese hombre victorioso en la derrota volviendo a casa tras el último escrutinio. Un travelling decidido que nunca antes fue tanto una cuestión de moral (Godard dixit) como aquí. 45 segundos de un hombre que anda hacia la izquierda de la pantalla mientras la comitiva, la cabalgata victoriosa del absurdo e incapacitado adversario atraviesa la calle hacia la derecha. El silencio se contrapone al barullo. La honestidad se contrapone a la mentira. Un hombre victorioso en la derrota se contrapone a muchos derrotados en su flamante victoria
Y si hay una frase que me hace casi llorar en la historia del cine aparece casi al final de esta maravillosa película cuando el Sancho Panza (Ditto/ Edward S. Brophy) de ese particular Quijote de la política en el lecho de muerte de Skeffintong se despide definitivamente de él. Skeffintong le hace una pregunta retórica que merecería figurar en cualquiera de las antologías de frases de cine (y creo que en muy pocas está, si es que realmente participa de alguna): Ditto. ¿cómo agradecer a un hombre un millón de carcajadas?. Por supuesto, la réplica de Ditto es también de antología: ¿A quién, jefe?
Pues la manera que tengo yo de agradecer el millón (o millones de sentimientos) de Centauros del desierto (The seachers, 1956). El hombe que mató a Liberty Valance, ¡Que verde era mi valle! (How green was my valley, 1941), Las uvas de la ira, El hombre tranquilo (The quiet man, 1952), La diligencia (Stagecoach, 1939), Dos cabalgan juntos (Two rode together, 1961), La legión invencible (She wore a yellow ribbon, 1949), La patrulla perdida (The lost patrol, 1934) o Pasión de los fuertes (my darling Clementine, 1946) es este modesto e insuficiente artículo. ¿Quién da menos?